Yo era el único soldado de origen armenio en el Regimiento 67º de Artillería Francesa, destacado en Constantine, (Argelia Francesa). De...
Yo era el único soldado de origen armenio en el Regimiento 67º de Artillería Francesa, destacado en Constantine, (Argelia Francesa).
De vez en cuando nos correspondía un asueto y lo aprovechaba para viajar en tren, ora recostado en medio del pasillo o bien, trepado de las perchas, hacia Oran con escala en Alger, para visitar a mi tío León, (Levón).
De vez en cuando nos correspondía un asueto y lo aprovechaba para viajar en tren, ora recostado en medio del pasillo o bien, trepado de las perchas, hacia Oran con escala en Alger, para visitar a mi tío León, (Levón).
Tonton León, oficial retirado de La Legión Extranjera, poseía una Galería de Arte en pleno Centro Peatonal de Oran y además fabricaba yogur que él mismo elaborada en casa y lo distribuía como novedad a los cuarteles militares con el nombre de “Yogour D’Arménie”. En Oran la gente creía que “Yogour D’Arménie” venía cada mañana en avión privado desde la lejana Armenia.
Recuerdo que en una oportunidad, de paso por Alger, fui agasajado con un almuerzo por una familia armenia, cuyo nombre no recuerdo. No sé cómo, pero estaban enterados de mi paso por Alger y me aguardaban en la estación de trenes. No me conocían siquiera, sólo sabían mi apellido.
Aquél entonces estaba poco y nada relacionado con mis raíces. La única persona que solía hablarme en armenio era mi madre y yo la perdí a los siete años.
Durante el protectorado inglés en Yafa Palestina, hasta el comienzo de la invasión israelí y la forzada emigración, había estado estudiando en el colegio de los Franciscanos, a los grandes pensadores árabes y célebres autores ingleses.
Creo que a partir de esta guerra que nos arrojó a la deriva, las manos vacías a mi padre y a mí, mi vida fue una constante búsqueda de mí mismo. Por eso tal vez, admiraba a mi tío. Él era todo lo que yo deseaba ser; un hombre culto, hablar armenio y unos cuántos idiomas más, todos a la perfección. Para mí; era todo un sabio. Me inspiraba fortaleza. Era muy distinto a mi padre. Había en él algo más que un pariente. Yo lo percibía, aunque no sabía descifrarlo.
Mi padre me había reiterado en más de una oportunidad que Armenia ya no existía y, que yo debía armar mi mundo como francés. Esa era la diferencia que presentía compenetrado en la mirada de mi tío; para él, su Armenia y la de todos aún palpitaba en su corazón.
Con que se había cumplido una etapa, trágica, es cierto; pero, para él, su Armenia seguía siendo inmortal. No sé cómo pero yo lo presentía. Estaba convencido que valía la pena jugarse por ella, aun como intelectual francés.
Eso es lo que quedó en mí de mi tío Levón y es por ello, pese al tiempo transcurrido, siento tener un deber moral que cumplir con él, con su legado; con mi padre y con mi Gran Familia, aportando humildemente a nuestra causa común, dentro de mis modestas posibilidades, mi granito de arena.
Para mí, lo de aquella familia en Alger simbolizó un abrazo a un hijo de regreso a casa, habiéndose extraviado en la jungla de cemento. Ellos, al igual que todas las demás familias diseminadas en el extranjerismo, eran parte de mi Gran Familia.
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