Perdidos y encontrados en una república del Cáucaso. Por Fabián Bosoer

Puede una pequeña democracia situada en medio de una de las más intrincadas madejas geopolíticas de nuestro tiempo, prevalecer sobre la ...

Puede una pequeña democracia situada en medio de una de las más intrincadas madejas geopolíticas de nuestro tiempo, prevalecer sobre la amenaza o imposición de la fuerza militar, la diplomacia del petróleo y las furias latentes de los nacionalismos étnicos?

La República de Nagorno Karabaj, enclavada en el sur del Cáucaso, entre Armenia y Azerbaiyán, es un caso excepcional . Tal vez una asignatura pendiente de la desintegración soviética, tal vez un caso del tipo de entidades políticas destinadas a multiplicarse; otra evidencia de deudas del pasado que pueden convertirse en las hipotecas del futuro . Se trata de un estado “de facto”, aún sin reconocimiento internacional, que inquieta o incentiva a las grandes y medianas potencias por distintas razones e intereses.

En Nagorno Karabaj acaban de realizarse elecciones presidenciales con la presencia de casi un centenar de observadores internacionales y el previsible enojo de Azerbaiyán y Turquía. Fueron las quintas desde la declaración de la independencia en esta porción de territorio montañoso, habitada íntegramente por población armenia y despoblada de azeríes, que Azerbaiyán sigue considerando parte de su territorio y motivo de una guerra que terminó con una victoria de los armenios karabaghíes en 1992.

¿Por qué molesta tanto su reconocimiento como estado independiente? Sencillamente porque pone en contradicción los dos principios que sostienen el sistema interestatal: la integridad territorial y la autodeterminación.

Algo que suena al caso de Malvinas, pero invertido.

Aquí los armenios de la “isla” que reclaman la autodeterminación –y no son tres mil sino 140 mil– tienen enfrente al país más grande y económicamente influyente de la zona que reclama los límites de los tiempos de la URSS. En este caso, además, fueron los hipotéticos malvinenses argentinos que poblaban la isla los que ganaron una guerra que no iniciaron. Con un dato adicional del que no se puede prescindir: no se le puede pedir al pueblo armenio, víctima del primer genocidio del siglo veinte –que aún no ha sido reconocido por el estado que lo perpetró– renunciar a su derecho a la libre determinación en las tierras que habitó y habita.

Allí está esta pequeña república mostrando su existencia, al cabo de veinte años, esperando una solución justa y pacífica a otro conflicto detrás del cual rugen los ventarrones de guerras y odios seculares

Fabian Bosoer es periodista del Diario Clarín, medio en que salió publicada la citada columna.