El 4 de junio pasado, la canciller de EEUU, Hillary Clinton, llegó a Ereván, la capital de Armenia, como parte de una gira por el sur del ...
El 4 de junio pasado, la
canciller de EEUU, Hillary Clinton, llegó a Ereván, la capital de Armenia, como
parte de una gira por el sur del Cáucaso que incluyó Tiflis en Georgia y Bakú,
en Azerbaiyán. Pero ese día pasó algo más: tres soldados armenios murieron
acribillados en un tiroteo con soldados azeríes en la región fronteriza de
Tavush, al noroeste del país.
Pocas horas después, el 5
de junio, cinco militares, esta vez azerbaiyanos, murieron en dos combates
separados con tropas armenias en cercanías de la ciudad de Azhag, en el
noroeste de esa nación. Antes de eso, en abril, Armenia denunció que soldados
azeríes abrieron fuego contra blancos civiles, impactando en una ambulancia
cerca de la llamada línea de contacto en la separación binacional; también en
una escuela y contra un automóvil particular en la aldea de Aygepar. En el auto
viajaban tres soldados armenios. Todos murieron.
La gravedad de estos
incidentes, cuya culpa se cruzan los dos bandos, no sólo la verifica el dato potente
de su reiteración. Configura una peligrosa ruptura del cese del fuego que rige
tras la cruenta guerra que libraron estos países entre febrero de 1989 y 1994
por la soberanía del enclave de Nagorno-Karabaj que causó unos 25.000 muertos.
Pero, además, deja en claro el calado del enfrentamiento binacional y la
evidencia de que el estado de guerra, técnicamente vigente, pende de un hilo
que se adelgaza cada vez más.
Convendría observar con
cuidado un escenario de esa complejidad si se quieren comprender los intereses
en conflicto y las consecuencias que pueden acarrear pasos diplomáticos si son
dados con cierta ligereza. Azerbaiján se ha convertido últimamente en un repentino
socio de alto privilegio para Argentina, cuyo canciller, Héctor Timerman,
sostuvo tres entrevistas con el presidente azerí Ilham Alyev en apenas cuatro
meses de este año.
La penúltima estación de
ese relacionamiento fue la visita a Bakú de una delegación empresaria que
incluyó al secretario de Comercio, Guillermo Moreno. La última, la llegada esta
semana del canciller azerbaiyano.
La ausencia de una
efectiva reciprocidad con Armenia, que tiene en nuestro país una de sus mayores
comunidades mundiales, produjo más que inquietud en esa colectividad. La
preocupación no ha desaparecido sino que apenas se ha aliviado con la noticia
de que Timerman viajará en breve a Ereván.
No se trata de
competencias. En el trasfondo de estos movimientos aletean cuestiones que
exceden a Argentina. Azerbaiyán utiliza esta gestión como parte de una ofensiva
diplomática para mejorar su imagen internacional y garantizarse aliados ante
cualquier contingencia futura. Es un trabajo duro. Transparency International
cifra al país caucásico 143 sobre 183 naciones de su índice de Percepción de
Corrupción. Amnesty International ha denunciado la persecución de disidentes y
periodistas.
Hay también miradas muy
críticas por las sospechas de fraude en las elecciones de 2010, o en las formas
en que Haydar Alyev, padre del presidente y quien controló el país durante la
última parte del régimen soviético, pasó el poder a su hijo en 2004 dando
nacimiento a una dinastía en comicios que también han dejado fuerte polémica.
En el esfuerzo por lavar
esa imagen figuró este año hospedar el festival de la canción Eurovisión,
evento en el cual Bakú invirtió hasta cuatro veces más de lo requerido para
organizar ese famoso concurso que ven cien millones de europeos. El dinero para
esos emprendimientos brota de la enorme riqueza de gas y petróleo del país de
magnitud tal que en 2006 la economía creció un notable 35%.
Gran Bretaña es el mayor
inversionista en esa nación musulmana de menos de diez millones de habitantes,
donde residen 5.000 británicos y que el príncipe Andrés ha visitado ocho veces
desde 2005 para asegurar los intereses de Londres. Esa alianza convierte en
papel mojado la eventual ilusión de la Casa Rosada de tener un nuevo socio en
la pelea por las islas Malvinas.
La fuerza económica azerí
implica poder político y militar. Aliado entrañable de Turquía, Azerbaiyán
comparte con esa potencia el idioma, un gigantesco oleoducto que une al país
con el puerto turco de Ceyhan, y una antigua rivalidad con Armenia, la nación
que sufrió el primer genocidio del siglo pasado que costó la vida de más de un
millón y medio de armenios a manos del imperio Otomano.
El litigio por la
soberanía del enclave de Nagorno-Karabaj que Armenia denomina como su anciana
provincia de Artsaj, se remonta a 1918 cuando en las primeras etapas de la URSS
se comenzó a trazar las nuevas fronteras entre esos Estados. La disputa la
zanjó el régimen hacia 1923 entregando ese espacio a los azeríes a despecho de
su mayoritaria población armenia.
Cuando el campo comunista
comenzó a zozobrar a fines de la década de los '80, la tensión binacional
creció y después que el Parlamento de Nagorno y un plebiscito votó
mayoritariamente la unión con Armenia, estalló la guerra que se detuvo seis
años después con el actual frágil cese del fuego, la instauración del enclave
como República sin reconocimiento mundial, y el poder en manos de su población
armenia.
Azerbaiyán, además de su
vínculo carnal con Ankara, cuida una alianza importante con Israel, que devino
un tanto paradójica. Esa relación se fortaleció después de que Turquía rompió
relaciones con Tel Aviv y suspendió todos los acuerdos militares como consecuencia
de los bombardeos a Gaza y del asesinato por la milicia israelí de siete
ciudadanos turcos de una flotilla que se dirigía a brindar asistencia
humanitaria a los palestinos de la Franja. Turquía, miembro de la OTAN, era el
socio óptimo si Israel decidía atacar a Irán, de paso, un sorprendente y
estrecho aliado de Armenia. Hace poco se supo que Azerbaiyán compró U$S 1.600
millones en armas a Israel incluyendo aviones sin piloto.
La suposición de que
podría ser usadas contra Teherán la negó la propia Bakú que aclaró sin mayores
vueltas diplomáticas que el blanco de ese arsenal sería Nagorno y los armenios.
Por cierto, el rico país del Cáucaso negó también las versiones de que a cambio
de ese inmenso poder de fuego le había alquilado a Israel al menos cuatro
antiguas bases militares soviéticas para que lograra ahí aquello que ya no
tenía con Turquía.
Marcelo Cantelmi es Periodista, jefe de política internacional del diario Clarín
y Docente de la Universidad de Palermo.
Publicado en el DiarioLos Andes
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