La reciente escalada de acciones militares de Turquía contra los kurdos en el norte de Irak es una señal de que en menos de dos años la ...
La reciente escalada de acciones militares de Turquía contra
los kurdos en el norte de Irak es una señal de que en menos de dos años la
política exterior turca ha dado un giro de 180 grados (lo cual, si bien puede
ser motivo de cierta sorpresa, no era totalmente imprevisible). La ofensiva
turca también indica que estos cambios van más allá de las tensiones actuales
entre Turquía e Israel, que son apenas un aspecto de un proceso mucho más amplios.
Hace apenas un par de años, cuando la Unión Europea le dio
un portazo en las narices a Turquía (a pesar de algunas reformas significativas
en cuestiones militares y penales introducidas por el gobierno del Partido de
la Justicia y el Desarrollo, conocido en turco por las siglas AKP), Turquía
cambió el rumbo de su política para orientarla más hacia la región circundante
y menos hacia Europa. La postura del ministro de Asuntos Exteriores, Ahmet
Davutoglu, resumida en la frase “cero conflictos con los vecinos”, sentó las
bases estratégicas y teóricas de esta reorientación.
Dando una vuelta de página espectacular, Turquía se acercó a
Armenia; suavizó su posición en relación con Chipre; intentó atraer a Irán a un
diálogo positivo con Occidente; convenció a Siria de poner fin al prolongado
conflicto fronterizo entre ambos países; y, como culminación de todos esos
logros, inició conversaciones de paz entre Siria e Israel bajo mediación turca.
Sin embargo, esta política de buenos vecinos no funcionó
como se esperaba. El acercamiento con Armenia se empantanó; en lo referido a
Chipre, no se hicieron avances significativos, especialmente después de que en
la República Turca del Norte de Chipre (entidad solamente reconocida por
Turquía) ganara las elecciones un dirigente menos conciliador; la apertura
hacia Irán no suavizó la posición de los mulás en materia de desarrollo nuclear
(y tensó las relaciones con los Estados Unidos); las conversaciones entre Siria
e Israel fracasaron; y la participación de Turquía en el envío de la flotilla a
Gaza en 2010, junto con la brutal respuesta de Israel, pusieron punto final a
décadas de estrecha cooperación entre ambos países.
Para colmo, el presidente sirio, Bashar Al Assad, quien es
manifiestamente el aliado más cercano que tiene Turquía en la actualidad, se
convirtió en el más despótico y sanguinario tirano de la región. Assad ya se ha
pasado la mayor parte de 2011 matando a sus propios súbditos, que protestan en
las calles para pedir más libertad y reformas.
Pero estos fracasos no han menoscabado la estatura
estratégica de Turquía, en parte porque la menor presencia estadounidense en la
región bajo la presidencia de Barack Obama permitió a Turquía llenar el vacío
de poder que quedó. La Primavera Árabe, si bien su resultado final todavía es
incierto, debilitó en gran medida el papel de Egipto en la política regional y
permitió al primer ministro Recep Tayyip Erdo_an posicionarse a sí mismo y a
Turquía como líderes de un bloque musulmán, como modelo de coexistencia entre
el Islam y la democracia. Hay otro detalle que no es menor: la victoria del AKP
en las recientes elecciones parlamentarias sirve a Erdogan de aliciente para
emular las ambiciones de un Vladimir Putin.
Todo esto desnuda la ambivalencia implícita en la política
de “cero conflictos” de Davutoglu. Si bien al principio se la vio como una
postura pacífica y moderada, el fundamento que la sostiene es una idea
abarcadora de Turquía como potencia regional hegemónica: no solamente un
árbitro en los conflictos de la región, sino también un actor capaz de imponer
sus propias perspectivas a los jugadores menos fuertes. Tal vez sea un
desacierto tildar de “neo-otomano” el nuevo comportamiento de Turquía, pero
sería comprensible que algunos países vecinos, que esperaban contar con un
mediador y un facilitador, ahora sientan que pueden estar viéndoselas con un
bravucón pendenciero.
La reorientación política de Erdo_an de cara a Israel se
puede interpretar como un intento no solamente de superar la tradicional
desconfianza de los árabes hacia Turquía por su pasado imperial, sino también
de presentar una alternativa islámica más moderada que el Irán teocrático y su
impredecible presidente. Pero en la amenaza de Erdogan de usar la armada turca
como escolta militar de futuras flotillas con rumbo a Gaza casi puede oírse el
entrechocar de las espadas, lo mismo que en su voluntad declarada de usar la
fuerza para impedir que la República de Chipre explore su plataforma
continental en busca de yacimientos gasíferos. De hecho, Erdo_an amenazó a la
UE con romper relaciones diplomáticas si Chipre ocupa la presidencia rotativa
de la Unión en 2012.
Al mismo tiempo, la nueva escalada de incursiones violentas
en el norte de Irak en busca de presuntos guerrilleros sugiere un regreso a
políticas antikurdas duras. La retirada de las fuerzas estadounidenses de Irak
parece haber alentado en Turquía la decisión de crear un cordón sanitario en el
lado iraquí de la frontera y, posiblemente, establecer un contrapeso a la
influencia de Irán sobre un gobierno shiíta en Bagdad.
Asimismo, la reciente visita de Erdo_an a Egipto, Libia y
Túnez revela la ambivalencia de la nueva pretensión turca de hegemonía
regional. Si bien la vacilante junta militar que gobierna Egipto recibió con
honores a Erdo_an, a muchos egipcios no les gustó nada su prepotencia al
intentar convencerlos (a ellos y a los demás países árabes) de seguir las
políticas turcas y aceptar a Turquía como líder de los musulmanes. ¿Un nuevo
sultanato? ¿Erdo_an convertido en un nuevo Saladino?
Turquía tiene reservado un papel extremadamente importante
en la región. Puede actuar como un puente entre Occidente y Oriente, entre el
Islam y la modernidad, entre Israel y los países árabes. Pero se enfrenta al
riesgo de sucumbir a la arrogancia del poder, que ha sido causa de corrupción y
pérdida de protagonismo para muchos Estados fuertes a lo largo de la historia.
Sholmo Avineri es profesor de ciencias políticas en la
Universidad Hebrea de Jerusalén y fue Director General del Ministerio de
Asuntos Exteriores de Israel.
© Project Syndicate
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