Enrique Hamparzumián, fundador de la desaparecida zapatería, es un ejemplo de esa comunidad que ahora ha sido documentada por un investiga...
Enrique Hamparzumián, fundador de la desaparecida zapatería,
es un ejemplo de esa comunidad que ahora ha sido documentada por un
investigador del Colegio de Michoacán. Presentamos este testimonio personal y
también histórico
A sus 90 años, Enrique Hamparzumián irradia vitalidad y
energía. Con esos ojos cafés, aún tan lúcidos, ha visto pasar décadas de
historia. Y su historia personal resume la de toda una generación de armenios
que, a principios del siglo XX, llegó a México huyendo del exterminio perpetrado
por el Imperio Otomano contra la comunidad armenia.
Hamparzumián llegó a México en 1926 y fue uno de los casi
6.4 millones de inmigrantes armenios que llegaron a América durante la primera
mitad del siglo XX.
La historia de esa diáspora armenia, que encontró en México
un refugió e hizo de este territorio su segunda patria, es recopilada en el
libro Del Ararat al Popocatépetl. Los armenios en México, del investigador del
Colegio de Michoacán (Colmich), Carlos Antaramián.
Sentado en la sala de su hogar, con decorados estilo
oriental, Hamparzumián se dispone a contarnos, casi por episodios, la historia
de su vida: los pocos recuerdos de su infancia en la ciudad de Adana, en
Turquía, del largo viaje en barco hacia América, de los atinos y desatinos a su
llegada a la ciudad de México, así como de sus esfuerzos por levantar un
“changarro” de pantuflas que años después se convertiría en la popular y hoy
extinta cadena de zapaterías El Taconazo Popis.
Hamparzumián, quien declara profesar la fe cristiana, cuenta
que llegó a México en 1926, que tenía 5 años cuando él, sus padres y una de sus
hermanas, huyeron de las epidemias que en esa época recorrían Asia Menor.
“Llegamos a Veracruz el 6 de febrero de 1926. Fue un largo viaje de 40 días.
Salimos del puerto de Vigo (Galicia, España) en la Navidad de 1925, ahí pasamos
la Nochebuena y al día siguiente partimos hacia América”, recuerda Hamparzumián
con exactitud.
“Cuando llegamos a México teníamos pocos recursos, mi mamá
tenía unas arracadas que vendió y mi papá traía algo de dinero porque había
trabajado en la Cruz Roja en Oriente. Recuerdo que nos recibieron dos señores,
Gabriel Babayán y Cruz Bargamián, quienes estaban pendientes de los barcos que
venían de Oriente para ver si llegaban armenios. Gabriel Babayán nos pagó el
viaje en ferrocarril a la ciudad de México y nos consiguió un departamento
amueblado en las calles de Pino Suárez y Zócalo, donde estaba la farmacia
Cosmopolita”, relata.
Del trayecto a la capital del país y de su primera impresión
sobre México, al que después haría su segunda patria, Hamparzumián comenta
entre bromas: “Lo único que tengo presente es que ese tren se movía y hacía
mucho ruido al pasar por las montañas”.
Pero comenta: “Estamos agradecidos con el país y con sus
costumbres. Porque los latinos y sobre todo los mexicanos, a diferencia de los
sajones, te ofrecen una torta o un taco. En Argentina, por ejemplo, hay como
medio millón de armenios”.
Para Hamparzumián es evidente que para sobrevivir en el
exilio, lejos del hogar y de sus costumbres, hay que saber ingeniárselas.
“Nosotros somos la diáspora, la gente que se extiende a otro país, que no tiene
complejos, somos gente con iniciativa porque buscamos sobrevivir en un
territorio extranjero”, comenta Hamparzumián, quien considera que los
inmigrantes de diferentes países europeos que arribaron a México en el siglo XX
renovaron la manera de ser y actuar de los mexicanos.
“Todos los extranjeros que hemos llegado a México somos
gente sin complejos porque buscamos sobrevivir. En cambio, los mexicanos al
saber que no les falta nada, se ponen a trabajar en cualquier cosa, no hay
iniciativa porque creen tenerlo todo”, dice.
Desde su llegada a México han pasado 85 años, pero
Hamparzumián asegura que las raíces no se olvidan: “Nos sentimos mexicanos
desde el punto de vista físico, de estar aquí. pero este cerebro no puede
olvidar lo que ha heredado, preserva una herencia cultural”.
Según Carlos Antaramián, para la década de los 30, el barrio
de La Merced concentraba a la gran mayoría de los armenios, donde convivían con
una importante comunidad de inmigrantes árabes, griegos y judíos.
En el corazón de la ciudad
Fue en esa zona del centro de la ciudad de México donde la
familia Hamparzumián, conformada al principio por Enrique, su hermana Luzaper y
sus padres (Mayram y Charles Hamparzumián), se asentaron y establecieron
diversos negocios: desde un puesto de aguas frescas, una peletería, un
changarro de pantuflas en un zaguán de la calle 20 de noviembre hasta la
consolidación de la famosa cadena de zapaterías El Taconazo Popis.
“Vendimos aguas frescas de sabores, en las calles de Correo
Mayor y Corregidora. Había de tamarindo, de melón, de horchata, de jamaica, a
sólo cinco centavos el vaso. Con eso nos dábamos la gran vida”, relata
Hamparzumián.
En cierta parte, comenta, la posición económica de la
familia fue quizá por un golpe de suerte. “Me saqué cinco mil pesos en la
lotería, se los di a mi papá y al año siguiente él también se ganó 25 mil
pesos, con eso se compró un coche. Empezamos a progresar, luego abrimos una
peletería, después seguimos con la fábrica de pantuflas”.
Hamparzumián relata que el antecedente de las sucursales de
El Taconazo Popis fue un zaguán de la calle del 20 de noviembre en los años 40,
cuando se convirtió en una de las avenidas principales para llegar al Zócalo
capitalino. “Era un changarrito en un zaguán, con su vitrina. Ahí vendía las pantuflas
que mi papá fabricaba, las tomaba fiadas así como se los daba a los otros
zapateros”, cuenta Hamparzumián.
Confiesa que el secreto del éxito de esas populares
zapaterías fue vender barato y no tener mucho personal: “Después de muchas
experiencias descubrí que vendiendo barato se vende mucho y se vende bien”.
Por eso, recuerda Hamparzumián, uno de los comerciales más
famosos de las zapaterías decía: “Los zapatos más popis a los precios más
hippies”.
Era un concepto diferente que me permitía dar el calzado a
un módico precio, dice: “Quité los espejos, aparadores y sillas. Puse una serie
de mesas con los zapatos nones, y el cliente escogía lo que le quedara y le
gustara. Había hasta 24 pares de cada modelo, desde el número dos hasta el 26;
en color café, blanco, beige y negro. Usted escogía lo que quería, nadie lo
obligaba a comprar algo que no le quedara”, relata.
Así, Enrique Hamparzumián, junto a uno de sus hermanos,
logró consolidar 25 sucursales en la ciudad de México. Todas con un éxito
rotundo: “Hubo meses en que vendíamos más que todas las zapaterías del rumbo”.
Pero para los años 80, con el terremoto de 1985 y la crisis
económica que ese fenómeno natural ocasionó, el éxito de El Taconazo Popis
decayó.
“Pasaron muchas cosas. Yo ya no estaba al frente del negocio
y ya no había orden. Vino el terremoto de 1985 y tuvimos que cerrar algunas
sucursales porque la gente ya no compraba, no había dinero”, dice Hamparzumián.
“Cuando la crisis se acrecentó por esos años, decidí
traspasar todas las zapaterías y no dejar que mis hijos tuvieran deudas”,
señala.
Juan Hamparzumián, hijo de Enrique, aventura que “quizá el
error fue que toda la mercancía se compraba y al llegar el calzado chino y de
contrabando decayeron las ventas”.
Se acabó la época de las zapaterías y ahora, dice
Hamparzumián, “vivo del pan que me dan mis hijos... pero porque tenemos una
panificadora”, ironiza.
De “El Taconazo Popis”, que tuvo su auge entre 1955 y 1985,
no queda más que el recuerdo, y algunos vestigio de su colorido logotipo con el
zapato rosa y sus florecitas: “Mis hijos se dedican a los negocios y mi hermano
tiene la cadena de restaurantes de mariscos Fisher´s. Dios nos ayudó, tuvimos
éxito, después decaímos y ahora estamos aquí, disfrutando los días que el Señor
nos permita para seguir usando estos zapatos”, dice Hamparzumián.
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