Pasaron tres años después de la “guerra de cinco días” entre Rusia y Georgia, pero parece que transcurrió mucho más tiempo desde entonce...
Pasaron tres años después de la “guerra de cinco días” entre
Rusia y Georgia, pero parece que transcurrió mucho más tiempo desde entonces.
Porque en la política mundial ocurrieron numerosos
acontecimientos que relegaron al segundo plano los problemas de Tbilisi, así
como de todo el espacio post soviético.
La crisis económica mundial, el cambio del poder y la
agravación de la lucha política en EEUU, el decaimiento de la Unión Europea, la
ola de cataclismos en Oriente Próximo, el crecimiento de tensión en Asia
Oriental, la frenada campaña en Afganistán, todos estos sucesos eclipsaron la
resistencia entre la “incipiente democracia georgiana” y Rusia.
Sin embargo, los problemas que acarrearon la guerra del año
2008 todavía persisten. Y no se puede decir que últimamente Moscú haya
emprendido algo para mejorar la situación.
Hay solo un resultado positivo: la situación es estable y no
existe peligro de un conflicto nuevo. A diferencia de la tensión creciente de
los mediados de los 2000, el actual status quo, aunque no reconocido casi por
nadie oficialmente, garantiza unas reglas de comportamiento determinadas. Lo
tienen que admitir también algunos representantes de la UE que supervisan la
situación.
Pero en lo demás los problemas abundan. Ante todo, Moscú
subestimó la estabilidad de las posiciones de Mijaíl Saakashvili. Acabada la
guerra, se esperaba que los acontecimientos se desarrollarían según un
argumento tradicional para Georgia: el caos político y el derrocamiento del
tercer presidente. Pero no fue así. Al recuperarse después del choque, el líder
georgiano logró sacar provecho de sus fallos y riesgos.
Georgia obtuvo el apoyo político del Occidente (que no puede
dejarle sólo a su socio en una situación complicada por muy mal que viera sus
acciones) y un monto considerable de 4.500 millones de dólares para la recuperación.
Dirigentes de algunos países incluso declararon Rusia su
enemigo, lo que les resultó muy cómodo y dio un pretexto incuestionable para la
opresión de oposición, con la independencia de si tiene algo que ver con Moscú.
En el curso del primer año después de la campaña, sobre todo
tras el cambio del equipo en Washington, Saakashvili se encontró abandonado por
el Occidente que evitó expresarle su simpatía o prometer su apoyo. Pero más
tarde las relaciones se restablecieron, aunque no alcanzaron el nivel de los
2004-2008, cuando la Administración de Bush hacía apuesta principal al apoyo a
Tbilisi.
Durante todo este tiempo, Moscú optó por ignorar a Georgia y todo lo
relacionado con los problemas georgianos, limitándose con emprender unos
intentos de ampliar el círculo de los estados que reconocieran la soberanía de
Abjasia y Osetia del Sur atrayendo a su lado los países que necesitaban ayuda
financiera o tenían muy poco que ver con las nuevas repúblicas, como en el caso
de Vanuatu.
En esencia, lo único que logró así Rusia fue poner en
ridículo a sí misma y a sus nuevos aliados.
Los pasos de Moscú parecían lógicos cuando Rusia reconoció
unilateralmente la independencia de las dos ex regiones autónomas de Georgia,
de lo contrario la ausencia de un status legal (aunque fuera aparente) habría
llevado a una guerra nueva.
Pero estaba claro desde el principio que de esta forma
creaba problemas políticos a largo plazo, porque ninguno de los estados
soberanos serios puede aprobar el hecho del cambio de fronteras por fuerza, sea
cual sea su actitud hacia Rusia o hacia Georgia.
En este sentido, Tbilisi tiene ahora un triunfo contra Moscú
que seguramente va a emplear siempre y cuando pueda. Pero la posición “nosotros
reconocemos y no nos importa nada más” sin esfuerzos verdaderos para probar la
legitimidad del nuevo status de las repúblicas y para hacer funcionar en ellas
una verdadera actividad política y relaciones exteriores, contribuirá al
aislamiento total de Rusia.
Está claro que los estados influyentes no reconocerán la
independencia de Abjasia y Osetia del Sur a plazo corto, pero es imprescindible
activar en ellas los contactos internacionales no formales.
El que la situación en el Cáucaso del Sur quede siga sin
arreglar implica varias complicaciones para Rusia. Primero es que el aliado de
Rusia, Yereván, está en un aislamiento más
serio incluso, sobre todo en la esfera de cooperación técnico-militar:
Georgia no admitirá afianzamiento de Rusia en la región. Además, las relaciones
con Abjasia se hacen más complicadas, porque la república espera algo más que
una independencia nominal reconocida sólo por unos cinco países y exige una
soberanía real y no formal. Habrá roces sin duda alguna. En fin, Georgia no
cesa de realizar una política consciente, aunque arriesgada, de presión sobre
el Cáucaso del Norte ruso para desestabilizar este territorio tan explosivo.
Este factor va a ser más relevante a medida de que nos
acerquemos a los Juegos Olímpicos en Sochi. En este contexto no puedo dejar de
mencionar el problema de integración a la Organización Mundial del Comercio
(OMC): la postura de Georgia no es el único obstáculo para la entrada y no
estoy seguro de que superemos los demás obstáculos algún día.
Mientras tanto, la OMC ha sido el único tema de los
enumerados puesto sobre la mesa de discusiones últimamente, como si los demás
no existieran. Pero hay que tener en cuenta que Tbilisi sabe aprovecharse de la
situación política en Washington y, seguramente, ya está empleando la campaña
electoral iniciada allí en sus intereses.
Los rusos para tranquilizar a sí mismos se agarran de la
idea de que Saakashvili es un chiflado y una marioneta estadounidense, lo que
no es cierto y no permite un análisis justo. Hay que reconocer que el
presidente georgiano es un político fuerte
que entiende muy bien qué quiere y cómo alcanzarlo, aunque a veces se
expone a riesgos inadecuados.
Por eso cabe esperar en el próximo año o un año y medio la
activación paulatina de Tbilisi y sus partidarios en todas las plataformas internacionales.
En realidad, este proceso ya se nota en la ONU y en el Congreso de EEUU.
Mientras que Rusia
carezca de una política escondiéndose bajo el pretexto de que el líder de
Georgia es un delincuente militar que no merece atención por parte de Rusia,
hay riesgo de que de nuevo habrá que tomar decisiones en una situación de
emergencia.
* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la
política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de
expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor
de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios
medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de
Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y
Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.
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